Valverde del Majano es uno de los municipios donde han sido acogidas algunas personas refugiadas que han abandonado su país por culpa de la guerra. De este modo, además de los gestos de solidaridad mostrados por los vecinos en días pasados, para ayudar con material o alimentos a aquel país, también han sido acogidos, en este caso por familiares nativos de aquel país, y a los que se les ha ofrecido ya trabajo por parte de algunas empresas.
El Adelantado de Segovia se ha hecho eco de ello en el reportaje que se reproduce a continuación.
La vivienda de Yuriy Chaban en Valverde del Majano da cobijo a tres personas más desde hace una semana, cuando llegaron sus familiares desplazados por la guerra que ahora buscan adaptarse a una nueva vida
Ellos no estaban en Ucrania cuando estalló la guerra. Pero eso no importa, pues su vida también ha cambiado para siempre. Viven en Segovia desde hace más de 15 años, pero tanto su corazón como su pensamiento siguen en su país. Ahora más que nunca. Precisamente, su hogar, ubicado en Valverde del Majano, da cobijo a tres personas más. Hace una semana, llegaron sus familiares tras un largo viaje en coche por toda Europa. Huían de los bombardeos y, para ello, tuvieron que dejar a sus maridos y amigos atrás. La adaptación a una nueva vida nunca es fácil y, aunque su esperanza es volver lo antes posible a Ucrania, agradecen que los segovianos les hayan acogido “de la mejor manera”.
Este es el testimonio concreto de la familia Chaban, pero podría ser el de cualquiera de los 117 ucranianos residentes en la provincia que ahora unen sus esfuerzos para brindar oportunidades a los recién llegados. “Llegamos hace tiempo y primero vivimos en El Espinar, luego nos mudamos a Valverde y los segovianos siempre nos han ayudado en todo lo posible”, asegura Yuriy Chaban. Una situación que quiere que se repita con su sobrina María, la hija de esta -la pequeña Anastasia– y Vlada, una amiga. “Ellas vivían cerca de Kiev y huyeron de la guerra en un coche prestado”, detalló. “Es muy duro, no saben ni qué ha pasado con el edificio en el que vivían, si los bombardeos lo han destruido o no”, declara.
“Tardaron dos días en cruzar la frontera a causa de la gran cola de personas refugiadas que querían salir”, enunció. Tras varias semanas en Polonia -no querían irse lejos pues creían que regresarían pronto-, comenzaron su largo viaje por Europa hasta llegar, hace tan solo una semana, a la localidad valverdana, donde esperaba su familia con los brazos abiertos. Aunque su vivienda no es muy grande, “nos hemos repartido el espacio como hemos podido”, confiesa, pues cualquier lugar es mejor que un refugio ante los bombardeos.
Las recién llegadas no tardaron en empadronarse y solicitar la protección temporal en la comisaría segoviana de Policía Nacional. Allí, entregaron un ‘carnet de policía’ con su foto a Anastasia, de cuatro años, el cual siempre lleva en el bolsillo. La pequeña, ya escolarizada, conocerá a sus nuevos compañeros de colegio mañana mismo.
“La adaptación está siendo difícil para ellas, sobre todo porque no hablan castellano, ese es el principal problema”, lamenta Yuriy. Sin embargo, se alegra de poder ayudarlas en todo lo posible. “Mi mujer trabaja en el Restaurante La Trébede y allí también han ofrecido trabajo a María y Vlada”, se alegra, a la vez que agradece la gran labor que están haciendo para que “puedan retomar sus vidas cuanto antes”.
Con ello, Yuriy se refiere también a las muestras de solidaridad de los segovianos; así como a la Asociación provincial de Ucranianos, con la que colabora en ocasiones ayudando como traductor en la realización de trámites. “Ojalá tener tiempo para hacer mucho más”, insiste. Aunque ahora trabaja en una empresa de construcción de casas de madera, él realmente es profesor. De ahí que se le haya ocurrido la idea de plantear clases de apoyo para los niños recién llegados. “Las asignaturas de Matemáticas y Física son iguales en todo el mundo”, declaró. “Y así podrían hacer grupo entre ellos”, señaló su hijo Yuriy, quien llegó a Segovia con cinco años y sabe perfectamente las dificultades que esto entraña.
Yuriy nunca se imaginó que esto sucedería. Se enteraron de la guerra por las noticias de los medios ucranianos, pero también por las llamadas de sus familiares. En concreto, de uno de sus hijos, quien no pudo salir del país y ahora vive con seis amigos en un pequeño refugio antibombas; y de sus padres. “Ellos no quieren venir, dicen que si tienen que morir lo harán en su tierra”, manifiesta.
Desde Segovia, están en permanente comunicación con ellos. “Afortunadamente, viven en una zona cercana a Polonia, pero nunca se sabe, pues los bombardeos pueden empezar cualquier día y a cualquier hora”, advierte. De hecho, sostiene que pueblos aledaños ya han sido atacados. “Puse la ubicación de la residencia de mi hijo en una aplicación que alertaba del inicio y final de las sirenas antiaéreas. Cuando sonaban allí, también lo hacía mi móvil. Tuve que desinstalarla para no asustar a la gente”, detalla Yuriy.
Su hijo, ingeniero informático en Ucrania, fue a alistarse en el ejército. “Yo también pensé en hacerlo”, afirma rotundamente el ucraniano residente en Valverde. “Es una barbaridad, muere mucha gente”, remarca. “Una conocida ha perdido a su madre en un bombardeo de Mariúpol”, añade su hijo Yuriy. “Hay que luchar y reconocer a nuestros héroes”, concluyen ambos, quienes lidian cada día con la incertidumbre de si podrán volver, algún día y en un futuro, a Ucrania. Pensarla, reconocerla y visitarla.
Texto: Ana M. Criado
Foto: Nerea Llorente